domingo, 9 de febrero de 2014

La jefatura vacante del peronismo

Lunes 15 de julio, 2013

Es para Scioli, Massa, Moyano, Urtubey, Capitanich, Gioja, Urribarri, De la Sota o Adolfo Rodríguez Saa.
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, sobre informe
de Consultora Oximoron
* * * * *
En setenta años de historia, el peronismo apenas tuvo tres jefes. Y dos poleas de transmisión.
Los Jefes -inapelablemente- fueron:
Juan Domingo Perón, de Buenos Aires, entre 1943 y 1974.
Carlos Saúl Menem, de La Rioja, entre 1988 y 1999.
Néstor Carlos Kirchner, de Santa Cruz, entre 2005 y 2010.

Poleas

Hubo también dos (inapelables) poleas de transmisión.
Antonio Cafiero, también de Buenos Aires, del conurbano norte, de ineludible gravitación en los años ochenta.
De cuando el peronismo supo renovarse de acuerdo a los lineamientos modernizadores que entonces imponía el radicalismo de Alfonsín.
Para el balance evaluativo de la historia, Cafiero funcionó, en la práctica, como una polea de transmisión entre las jefaturas de Perón -el creador del gran invento, que ya había muerto- y de Menem, que lo había vencido. En la última gran compulsa interna de 1988. Disputa de aquello que se jactó de haber sido un Movimiento.
Para ser, en la actualidad, una Suma de Franquicias. O una mera fuente de trabajo. O una culposa vía de enriquecimiento personal.
Eduardo Duhalde, también de Buenos Aires, del conurbano sur, de ineludible gravitación entre los finales del siglo veinte y los inicios alborotados del veintiuno.
En la práctica, Duhalde funcionó como otra polea de transmisión. Entre Menem (a quien le obturó el regreso) y Kirchner, al que escogió arbitrariamente, para arrepentirse hasta la eternidad.
Desde el 27 de octubre de 2010 -cuando muere irresponsablemente Kirchner- la jefatura del peronismo se encuentra vacante.
El tema, que admite el debate, mantiene su importancia cultural.
Porque quien se hace cargo del peronismo se hace cargo, en definitiva, del país.

La frívola moda de vaticinar la extinción

Cristina Fernández, La Doctora, no es -ni nunca quiso ser- la jefa del peronismo.
Parece (La Doctora) haber adquirido los contundentes argumentos que intentan explicar el fenómeno intelectualmente voluntario. El vaticinio de la extinción.
Trátase del slogan repetido, pero atendiblemente legítimo. Alude a la paulatina desaparición del fenómeno político-cultural, que conecta con la idiosincrasia -en caso que esta exista- del país.
Circunstancia que, para los mayoritarios antis, representa (la conexión) exactamente la condena.
Sin haberse muerto, simultáneamente el peronismo siempre renace.
Para Consultora Oximoron, el peronismo representa la ideología del poder.
Con la sustancial particularidad: el mantenimiento del poder dicta las claves de la ideología.
En cambio, La Doctora prefirió optar por otra construcción rudimentaria. A través del mecanismo que le garantizan, artificialmente, los incondicionales.
Los fervorosos buscavidas de Unidos y Organizados, legitimadores del frepasismo tardío. Y de la frivolidad generacional del recambio cosmético. Al amparo -siempre- de la difusa Revolución Imaginaria, con la recitación de indicadores que pasan, por obsesiva repetición, como auténticos.

El complemento del anti-peronismo

Cuando las franquicias desestructuradas del peronismo se encuentran desbandadas, pragmáticamente divididas, sin jefe unificador central, suele asistirse a la novedad -ya muy poco original- de la derrota.
Aquí Oximoron rescata sólo los dos fracasos electorales. Por los votos de Alfonsín, en 1983. O por los votos de De la Rúa, en 1999.
Con suficientes décadas en el ejercicio del poder, el peronismo no pudo evitar el declive.
Es más, para los antis lo facilitó. Lo profundizó (el declive).
Mantiene indudable carga de responsabilidad por el retroceso explicable de la nación.
Sin embargo, cuando en la Argentina no gobernó el peronismo, fue -hasta aquí- mucho peor.
Cuando fue gobernada por militares. O por los radicales que se esmeran en su perceptible recuperación, con la perspectiva de otro retorno.
Es el turno eventual para la acción, el suspenso y -sobre todo- la aventura.
Para el mayoritario anti-peronismo (complemento indispensable del peronismo) el final de sus administraciones fue siempre catastrófico. El fracaso es plácidamente explicado a través de la imposibilidad peronista de ser oposición franca, pero leal.
Por la condición de animales políticos de poder, en sentido aristotélico. Y por la supuesta voracidad conspirativa.
Por la génesis del que no se resigna nunca a situarse lejos de la savia que lo nutre.
El argumento es bastante usual, pero fácilmente impugnable.
Menos ambicioso, el Informe Oximoron se propone rescatar, en el invierno pre electoral de 2013, a los módicos cuadros que se encuentran en el interior del bolillero. Derivan en expresiones impersonales del declive, pero pueden atreverse a remontarlo.
De todos modos están preparados para ocupar la jefatura vacante.
“De este peronismo horizontalizado”, diría Lorenzo Pepe, el legendario.

Las Franquicias desestructuradas

En primer lugar, entre las franquicias desestructuradas, brotan las dos marcas más visibles, que se asemejan bastante. Ambas también son de Buenos Aires.
Daniel Scioli, Líder de la Línea Aire y Sol; y Sergio Massa, El Aire y Sol II, La Rata del Tigre.
Disputan la centralidad y se embarcan en la gran pelea de fondo. De las elecciones primarias, relativamente irrelevantes.
Uno (Scioli) es el referente indeseablemente natural del kirchner-cristinismo.
El otro (Massa) emerge como el desprendimiento cismático del mismo instrumento que hasta hoy gobierna. Pero invariablemente concluye.
Para Oximoron, el tercer jefe posible es Hugo Moyano, El Charol.
Aunque, de ser columna vertebral, el sindicalismo pasó a ser casi una prótesis involuntaria.
Moyano mantiene la vocación de jefe. Es jefe y cuenta hasta con el atributo del rostro para serlo. El “encanto de la negritud”.
Pero también El Charol contiene graves limitaciones para imponerse entre la sensible hipocresía de la Argentina blanca. La que aguarda para liberarse de La Doctora (cuyo máximo mérito es el gorilismo que produce).
Hoy cuesta explicar la jugada de El Charol. Tanto en la provincia (inviable) de Buenos Aires, donde se anuda a la suerte anunciada del desacertado Francisco de Narváez, El Caudillo Popular. Como en el Artificio Autónomo de la Capital. Donde El Charol expone a dos excelentes cuadros de la reserva. Demasiado valiosos para marcar apenas una presencia casi innecesaria.
Son dos Julios. Bárbaro y Piumato.
Las franquicias desestructuradas del “interior profundo”, que en su momento proporcionaron al Menem del norte y el Kirchner del sur, hoy contienen cinco potenciales jefes. A lo sumo, con generosidad evaluativa, son seis.
Cuatro de ellos se encuentran atados a la estrella del cristinismo que naufraga en la incoherencia. Y carece de continuidad.
Significa confirmar que pronunciarse a favor, o en contra, de la Re-Reelección, es tan inútil como pronunciarse a favor -o en contra- del Sistema Métrico Decimal.
Dirigentes respetablemente conservadores como Juan Manuel Urtubey, de SaltaJorge Milton Capitanich, delChacoSergio Urribarri de Entre Ríos, y José Luis Gioja, de San Juan.
Los cuatro apuntan, en todo caso, a la magnificencia del dedo selectivo de La Doctora. Que hasta hoy, de poder, sólo se apuntaría, imposiblemente, hacia Ella.
Resta destacar a las dos penúltimas franquicias considerables del peronismo “horizontalizado”.
Se encuentran convenientemente lejos del dedo de La Doctora.
La franquicia de Córdoba. Con José Manuel De la Sota, El Cordobés Profesional. Aunque no termina de penetrar mucho más allá de la militancia que lo valora.
Por último, la franquicia del Estado Libre Asociado de San Luis. La que mantiene, en el segundo plano, a Adolfo Rodríguez Saa.
Por su carisma y atributos, y por un estilo sobrio que combina clasicismo y antigüedad, “El Adolfo” podría elevarse como jefe. A pesar de la algarabía de La Revista Dislocada que su hermano Alberto le propone festivamente a la sociedad. Con la creatividad del meritorio Artista Plástico. Y del dramático actor teatral que, con suerte relativa, se esmera por ser, en cierto modo, también porteño.